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No quiero cárceles de Risperdal
ni de Diazepán, o Risperidona.
Quiero alas de marihuana
para volar a cualquier hora.
No encierres mis miedos en una jáula.
No los encarceles entre neuronas,
pues los peores presos se escapan.
Golpean. Lastiman. Matan.
Convierte mi dolor en arte.
Permite fluir la poesía.
Pues si mis versos no llegarán a Marte,
(nunca llegarán a amarte…)
son alivio de constante agonía.
Y si alguno es digno de llamarse poesía,
es debido, en gran parte,
a mi adorada Maria.
Y a su bella sinfonía.
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