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Díjole Sancho a Quijote.
-Deje de pensar en Dulcinea
que cuándo usía se la menea
yo también me pongo palote.
-Cállate Sancho ingrato.
Deja que disfrute del acto
y vete a plantar un pino
detrás de aquellos molinos.
Haciéndole caso Sancho,
agachose detrás del molino,
y allí, todo ancho,
cagose como un cochino.
Mientras, su amo, Quijote,
manteniendo en su mano el cipote,
en el momento más excitante,
en vez de molinos, vió gigantes.
Subiose los calzones
y púsose la armadura,
quedándole fuera los cojones
pues aún la tenía dura.
Dirigiéndose a luchar,
en su mano la espada,
pisó la gran cagada,
que Sancho acababa de soltar.
Resbalose y cayose al suelo
con tan mala fortuna
que la espada le rebanó el ciruelo
y se quedó sin pichurra.
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