«Informe 3276 – Autopsia final»


«Informe 3276 – Autopsia final»
No soy de los que se conmueven con facilidad. Veintitrés años en medicina forense me enseñaron que la carne se abre igual, tenga veinte años o setenta, y que la muerte, cuando llega, no pide permiso ni da explicaciones. Pero esta vez… esta vez fue diferente.
El cuerpo llegó una mañana de lluvia, envuelto en una sábana vieja y manchada, sin nombre, sin familia. Solo un número: 3276. Hombre, unos cuarenta y tantos. Delgado. Marcas de insomnio eterno en los ojos y un rostro que había aprendido a soportar sin gritar.
A simple vista, no había signos evidentes de violencia. Ni heridas, ni sustancias, ni armas. Pero el cuerpo hablaba. Lo hacía en cicatrices antiguas, en la delgadez de los huesos, en las huellas de medicamentos psiquiátricos que dejaban rastros tenues en el hígado. Estaba vivo, sí, pero cada célula parecía haber estado resistiendo más de lo que podía.
El corazón no falló de repente. Se fue apagando como una vela sin cera. No por enfermedad, no por veneno. Fue como si se hubiese rendido. No es una expresión romántica: hay patrones bioquímicos que delatan la desesperanza crónica. Cortisol elevado, sistema inmunológico roto. Es ciencia. Pero también es abandono.
Entrevisté a los vecinos, a los trabajadores sociales, a los médicos de cabecera. Todos sabían algo. Nadie hizo nada.
Cuando cerré el informe, sentí un nudo en el estómago que no se fue al llegar a casa. Ni con whisky. Ni con sueño.     
Causa de la muerte: silencio.


Reflexión final:
La muerte no siempre llega con estruendo. A veces, se instala en los márgenes, se disfraza de rutina, y encuentra su camino en la indiferencia de los que miran hacia otro lado. No todos los cadáveres mueren por armas, drogas o accidentes. Algunos mueren por omisión. Por el vacío que queda cuando la sociedad decide no escuchar, no ver, no actuar.
Autopsiar este cuerpo fue como abrir una caja negra de una vida estrellada en cámara lenta. Y me pregunto, ya no como forense, sino como ser humano, ¿cuántos más morirán así, mientras nosotros seguimos llamándolo “desgracia” en lugar de “consecuencia”?

Silencio. El más letal de todos los venenos. El más cobarde. El más compartido.

Y aun así, el más invisible.


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