La Casa del Silenciado y la Cofradía del Horror

La Casa del Silenciado y la Cofradía del Horror
(Por El Irremediable que podía haber sido Santificado y lo corrompieron rompiendo lo más sagrado)

Nadie recuerda cuándo fue construida. La llamaban La Casa del Silenciado no por sus muros, que aún crujían como si respiraran, sino por las bocas que allí dejaron de hablar. No había ley que no hubiese sido quebrada dentro de sus cimientos. No había promesa que no se hubiese hecho pedazos bajo el peso de una mirada rota.

Los que osaban acercarse decían escuchar voces… pero no eran gritos comunes. Eran confesiones.
Gritadas.
Irrepetibles.
Imperdonables.

Eran verdades sin barniz, arrojadas como piedras por quienes, dentro de aquella casa, se habían atrevido a mirar sus propias almas y vomitar sus miserias.

Había un cuarto, siempre oscuro, que olía a traición reseca. Allí vivía el eco de una madre que vendió a su hijo por miedo a la pobreza. En otra habitación, las paredes transpiraban la desesperación de un artista que falseó su obra para ser amado. En el desván, el suelo gimoteaba bajo el peso de los pasos de un amante que calló mientras su amor era ejecutado por el poder que juró combatir.

Ellos formaban parte de La Cofradía del Horror. No eran brujas ni demonios, ni muertos vivientes. Eran humanos. Humanos que, tras años de fingir decencia, habían elegido arrodillarse ante la única divinidad que jamás pide perdón: la verdad.

Su penitencia no era el castigo eterno, sino el acto de recordar lo que fueron… y contarlo.
Una y otra vez.
Hasta que el mundo deje de cubrirse los oídos.

Los visitantes de la Casa no eran turistas. Eran los silenciados del mundo: los que fueron encerrados por decir la verdad; los que gritaron justicia y fueron apaleados por ello; los que lloraron por el dolor ajeno cuando el resto reía.

Y al entrar, sabían que saldrían distintos.
Porque allí dentro no había lugar para la mentira.
Ni siquiera la mentira necesaria para seguir respirando.

Una placa oxidada en la entrada rezaba:

> “Bienvenido a tu último disfraz.
Aquí no se viene a redimirse.
Aquí se viene a gritar.
A vomitar lo indecible.
A vivir, aunque sea por una vez, sin cadenas.”



Y los gritos seguían, día y noche.
Hasta que el mundo escuche.

Firmado:
El Irremediable que podía haber sido Santificado y lo corrompieron rompiendo lo más sagrado.


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